martes, 2 de octubre de 2012

Revolución...

En 1830 sacudió la Europa continental una oleada de movimientos revolucionarios inspirados por el levantamiento que en París había puesto fin al reinado de Carlos X. Se tradujeron en la independencia de Bélgica, país que se levantó contra los holandeses, que lo dominaban desde que Flandes les fue atribuido por el Congreso de Viena; y en duras represiones absolutistas, en Polonia y también en los Estados Pontificios, que dada la propia estructura del papado funcionaban como una monarquía de derecho divino.

De nuevo el destronamiento de un rey en París, en 1848, inspiró movimientos parecidos en el resto de Europa, pero esta vez no se trataba sólo de demandas encaminadas a acentuar el carácter liberal de las instituciones y de ampliar el papel socia de la burguesía, sino que intervinieron enérgicos impulsos nacionalistas y exigencias muy concretas de representación democrática. En Prusia, Federico Guillermo IV (1840-1861) hubo de aceptar un régimen constitucional. En Austria fue obligado a dimitir el canciller Matternich, alma del Congreso de Viena, y los húngaros se sublevaron exigiendo su reconocimiento como nación soberana. En los Estados alemanes comenzó a tomar cuerpo la idea de la unidad nacional, lo mismo que en Italia. Sin embargo, los grupos revolucionarios no mostraron la cohesión precisa para que sus acciones perduraran, y las monarquías autoritarias prevalecieron. El nuevo emperador austriaco, Francisco José (1848-1916), inició un largo reinado y, en esta primera etapa, consiguió domeñar las ansias secesionistas de húngaros, checos, vénetos y lombardos.  



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Vicente Villacampa (Licenciado en historia). Enciclopedia temática autoevaluativa integral. "La revolución". Distribuidora y Editorial: Latinoamericana S.A. España. 1998.    

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